jueves, 9 de marzo de 2017

El horóscopo de Blasco Ibáñez


El siguiente artículo fue escrito por Francisco Verge y publicado por el periódico El Pueblo, en 1922. 
Al autor recupera algunos recuerdos autobiográficos guardados con orgullo en su memoria, y en un lenguaje sencillo, sin pretensiones literarias, los evoca con cierta nostalgia y la emoción de tiempos pasados.
...recuerdos de la infancia de Blasco Ibáñez al que estuvo unido en muy leal amistad el señor Verge1.

EL HORÓSCOPO DE BLASCO IBÁÑEZ

por  FRANCISCO VERGE

Próximamente tendría yo catorce años cuando, con mis padres, habitaba un principal de la plaza de San Gil, cuyo propietario, don Gaspar Blasco, vivía en el entresuelo de la misma finca. Tanto este señor como su esposa doña Ramona, demostraban en el hablar ser naturales de algún pueblo de Aragón; no así sus hijos Pilar y Vicente, que hablaban con la misma corrección el castellano que el dialecto de Valencia.

La casa de los padres de Blasco Ibáñez, 
Plaza de San Gil, número 5, Valencia
Me alegré en gran manera conocer á su hijo Vicente, pues a los pocos días de tratarnos, hicimos íntima amistad, contribuyendo á ello ser los dos estudiantes, tener los mismos años y coincidir tanto en las ideas políticas como en la afición á la literatura.
La primera vez que bajé á su habitación me leyó una comedia que estaba escribiendo, en la cual satirizaba con mucha gracia las doctrinas sobre antropología inventadas por el doctor Gall; yo le oía con la mayor atención y complacencia. Le dije que me gustaba mucho la obra, y él me invitó a que bajase cuando quisiese a su casa, como así lo hice en días sucesivos.
Nuestros padres nos habían acostumbrado a retirarnos  pronto por las  noches; así, pues, para pasar las veladas escribíamos de nueve a once, hora en que nos despedíamos.
Escribíamos cuartillas en su salita de estudio, sirviendo para adorno de las paredes varios grabados de hombres célebres que por aquella época publicaba el diario «El Globo de Madrid», que  dirigía  don  Emilio Castelar.  A la vista de aquellos retratos de eminencias, parecía que nuestra imaginación tomaba raudo vuelo.  La mesa donde escribíamos estaba frente á una reja  bastante baja,   que daba a la calle de San Gil y que dejaba entrar de día una luz natural muy cansada.
Teníamos para alumbrarnos  un  quinqué de  petróleo, de sobremesa, y el tintero del que nos servíamos era de barro cocido, representando la figura de un joven sentado sobre una peña, sirviendo su sombrero de anchas alas de tapadera.

Retrato de Víctor Hugo,  
publicado por la revista El Globo, en 1879



Para escribir teníamos abundante papel de barba, cuya blancura desaparecía pronto al correr de las plumas, además con las tachaduras y correcciones que seguían luego. Un silencio reinaba en aquella estancia, donde sólo se oía el rasguear de  las plumas   sobre el áspero papel, produciendo un sordo rumor semejante al roer de los gusanos. Interrumpíamos nuestra tarea para encender alguno que otro pitillo, en cuyos breves momentos de dar las primeras chupadas, cambiábamos impresión sobre el tema que estábamos escribiendo.
Blasco tenía como noventas favoritos á Dumas (padre) Hermán  Chatrian, Carlos Dickens, Edgard Poe y Víctor Hugo, pero como escritor español tenía veneración por Fernández y González, cuyas novelas publicadas por entregas estaban en boga.
Escribía Blasco novelas  de la época de los caballeros de capa y espada, demostrando entonces poseer ya una vigorosa imaginación, describiendo los asuntos que detallaba con realidad y colorido, en hermosas escenas animadas, cuyas imágenes creaba haciéndolas interesantes.
Yo tenía afición a los versos; componía epigramas, cantares y algún pequeño cuento. Mi  trabajo era de más calma, consumiendo poco papel. Mi amigo Blasco se dedicaba de lleno á la prosa, sintiendo gran vocación por la novela. Escribía muy de prisa, casi febrilmente, como si un ser invisible fuese dictando cuartillas y más cuartillas.

Vicente Blasco Ibáñez a la edad de 15 años
¡Cuántas veces suspendía con gusto mí trabajo para contemplar á mi amigo con cierra admiración! La blancura de su cara de perfectas facciones, realzada por su negro y ensortijado cabello de raza moruna, frente despejada, nariz cervántica y labios pronunciados; la expresión de su mirada y la viveza de sus negros ojos, demostraban la imaginación fecunda y laboriosa del preclaro talento de aquel novel escritor, y al contemplarle, comprobábase ya como cierto el horóscopo de su infancia, que varias veces me había referido su buena madre.
En cierta ocasión que vino á Valencia una anciana pariente suya, cual mujer, allá en su pueblecico tenía fama de adivinar el porvenir de las personas, en cuanto vio al recién nacido exclamó con alegría:
«Este niño será un hombre de mucho talento y de fama universal.»
La primera novela que escribió Blasco, cuando estudiaba los últimos años del bachillerato, la tituló «El poder de una voz» , cuyo único ejemplar escrito de su puño y letra, avalorado con su firma al pie me lo regaló diciéndome que no tenía otra copia. Esta obra había sido leída la tarde de un domingo en la habitación particular del director del Instituto don Jaime Banús, ante este señor y su familia, á quienes gustó mucho, aplaudiendo al fin de la lectura. Lamentó muy de veras que aquella novela, leída tantas veces por mí, se le haya extraviado a un amigo á quien la dejé. Recuerdo el asunto.
Era un pintor que, desde su estudio, oía muchas tardes la voz argentina y melodiosa de una mujer, vecina suya, que cantaba. Subyugado el artista al oírla, se queda extasiado sin que pueda continuar el cuadro que pintaba, porque su pensamiento vuela en busca de aquel ser. Después de algunos días en que está averiguando quién pueda ser aquella joven, logra hablarla, se fija en sus facciones y observa en ella el ideal que él había sonado y cuyo modelo hasta entonces inútilmente había buscado para trasladarlo á un cuadro que tenía comenzado. Era soltera, de un belleza extraordinaria, vivía sola y la requirió de amores para hacerla su Mimí; pero ella, mujer voluble, pensó atraerle al peligro como las sirenas del mar, proponiendo al artista, antes de aceptar su cariño, que hiciera, no un sacrificio, sino un crimen. Precisaba que el pintor matara antes á un hombre que a ella la hacía desgraciada y del que no hallaba otro modo de separación por temor a sus iras. El pintor sostiene consigo mismo una lucha, y comprendiendo que de ningún otro medio puede alcanzar el modelo que puede llevarle á su celebridad, que es la gloria á que él aspira, después de mil dudas y cavilaciones que dejan intranquilo su espíritu, mata una noche al hombre que cree perverso. La infame mujer, una vez cometido el crimen, del cual era la inductora, rechaza al pintor, delatándolo á la justicia, como único autor del asesinato, y el artista expía su delito en la cárcel, donde cae enfermo, envejeciendo  prematuramente, mientas la sirena libre ya del hombre que la atormentaba, según ella, se marcha con un nuevo amante a quien cree amar.

Algún domingo por la mañana salíamos Blasco y yo á dar un paseo por la huerta, ó bien nos encaminábamos por el cauce del río para ir a la ermita del Ave-María, pequeña iglesia de estilo gótico, situada entre el camino del Grao y junto a la vía férrea de Barcelona, un poco más alta del puente de hierro.
Era un paisaje pintoresco, gala de la poesía. Resguardada en medio de un bosque de tupido ramaje, como los antiguos templos paganos, aparecía la ermita. Sus primores artísticos nos recordaban el florido carácter de la Edad Media.  Verdes ramas de trébol bordaban sus agujas, coronando su alta cima una pequeña campana.
Había delante una plazoleta, con bancos de piedra, donde, protegidos de los rayos del sol por la fresca sombra de árboles frondosos, nos sentábamos para descansar, respirando un ambiente embalsamado de claveles, rosas y lirios, y deleitándonos con la lectura de poesías de autores extranjeros, traducidas por ingenios españoles.

Ermita del Ave María en Camino del Grao 1870
Dentro de la ermita aparecía una pulida capilla con blancas toallas, guarnecidas de randa. Sus joyas eran guirnaldas de flores escogidas, ofrendas que llevaban del Grao y Ruzafa, con las que envolvían la imagen bella y luminosa. Colgaban de gran altura dos lamparitas de bronce, que por devoción encendían los fieles, cuya luz temblaba al reflejar sobre la Virgen como temiendo ofender su modestia. Esparcidas por el suelo tiernas ramas de murta y flor de naranjos, servían de alfombra mullida y olorosa. El silencio que reinaba en aquel hermoso rincón de la huerta, sólo era interrumpido por la trepidación del tren y el silbato de la locomotora.
Mi buen amigo Blasco no podía acostumbrarse al ambiente de misticismo que se respiraba en su casa, pero no se atrevía á rebelarse. Don Gaspar formaba parte de varias cofradías y asociaciones religiosas, y Vicente me contaba que las tardes de los domingos y fiestas de guardar le obligaban sus padres á que les acompañase á visitar los conventos, donde pasaban largas horas rezando y luego de dar un corto paseo volvían a casita para no salir de ella hasta el día siguiente. Lamentaba yo que a mi buen amigo se le deparasen aquellas tardes, privándote de la expansión propia de la juventud, y al pensar que el se aburría soberanamente, decidí acompañarle para que pasase aquellos ratos más distraído.
Al enterarse su madre de mis deseos, demostró gran júbilo, aumentando la estimación que me tenía, diciéndome que yo era un buen amigo de su hijo. Resultaba, pues, que un domingo por la tarde visitábamos el convento de Corpus Christi, de religiosas carmelitas de Santa Teresa de Jesús; otro el convenio de las monjas de la Encarnación; otro el Colegio del Patriarca, y así sucesivamente.


Blasco Ibáñez y yo permanecíamos arrodillados frente al presbiterio, delante y á buen trecho de su familia, que rezaba. Nosotros no éramos allí nosotros, ó por lo menos prescindíamos de llamarnos por nuestros nombres respectivos, habiéndonos transformado en dos poetas de la antigua Grecia, que habían resucitado sobre las baldosas de aquel templo para recitar las Rimas de Bécquer ó las Doloras de Campoamor, porque «inter nos», usábamos los pseudónimos de dos nombres de poetas griegos.

Por entonces se le ocurrió a mi amigo fundar un periódico semanal literario, titulado «El Miguelete», siendo él el director efectivo; pero como ninguno de los dos teníamos la edad suficiente para llenar los requisitos que exige la ley de Imprenta, buscamos un amigo que tuviera los años necesarios y se prestara á ello. Si no recuerdo mal, encontramos ó un pobre zapatero de viejo, que vivía en un tercer piso de la calle del Torno del Hospital, quien aceptó gustoso y firmó la solicitud como director.
Salió por fin el semanario, publicándose pocos números, y en el primero de esto  aparecía el retrato de nuestro querido amigo don Félix Pizcueta, con grabado sobre madera y una discreta biografía escrita por Blasco Ibáñez.

Pasadas algunas semanas de cesar en su publicación, salió de nuevo con el título de «El Turia», cuya vida no fue más larga que la del anterior. Aunque la publicación era modesta, obteníamos la colaboración de notables firmas que la honraban. Entre otras, recuerdo una bellísima poesía inédita, que nos envió desde Madrid, donde residía, el novelista Enrique Pérez Escrich, dedicada como recuerdo a su querida patria chica y que empezaba así:

«A VALENCIA
Entre naranjos y limoneros,
crecen fecundos tus arrozales, y son alfombra de tus senderos
las madreselvas y los rosales,  etc
terminando con esta estrofa:
Patria adorada yo no te olvido,
y hoy que el invierno mi frente inclina,
recuerdo  siempre donde he nacido,
como recuerda la golondrina
su amado nido


Con frecuencia íbamos al estudio de nuestro buen amigo el joven y laureada pintor Constantino Gómez, premiado con medallas de oro y plata por las obras maestras que produce su pincel y su tecnicismo en el colorido, tanto pintando al óleo como á la acuarela.
Admirando las obras que anualmente presentaba Gómez en las exposiciones de Madrid, le honraban con su amistad Pi y Margall, Pérez Galdós, Echegaray, Salvador Rueda y otras notabilidades que le remitían con frecuencia ejemplares de sus libres con sentidas dedicatorias, que él tenía en su estudio.

Retrato de Constantino Gómez Salvador
(Valencia, 1864 - 1937 )
Autor: Vicente March y Marco

Blasco y yo íbamos allá muchas tardes, pasándolas agradablemente con la lectura de los dramas de Echegaray y otros libros. Uno de esos días se le ocurrió al artista pintar en un gran lienzo una escena del drama «En el seno de la muerte», cuando el conde encierra en el subterráneo á su mujer y a su hermano infiel. Una tarde en que estábamos reunidos en el estudio de Gómez, sirviéndole Blasco Ibáñez de modelo, nos propuso el joven novelista hacer un viaje a Madrid; una escapatoria para ver a las Cibeles, la Puerta del Sol, la Castellana y demás, con lo que teníamos ocasión de conocer a los más celebrados artistas y literatos. Para ello haríamos la vida de bohemios, dejándonos crecer la barba y las melenas, llevar raída la capa, sombrero de anchas alas y los zapatos rotos. Yendo á Madrid—decía él—al centro donde concurren los poetas y novelistas, llegaríamos á ser algo, pues aquí en la «terreta» nuestras aspiraciones nunca tomarían vuelo por estar gozando de una vida regalada, y que los grandes artistas llegan muchas veces a la cumbre debido a las privaciones de la vida de bohemio.
Como al mismo tiempo que hablaba Vicente daba expresión á su semblante moviendo la cabeza y los brazos, el artista tenía que interrumpir su trabajo para prestar atención a tan largo discurso. Blasco añadió después que en Madrid se nos abrirían las puertas para llegar un día al templo del saber y que trabajando sin cesar, aprendiendo de los buenos maestros, cultivando nuestras aficiones no había duda de que lograríamos ser tres notabilidades en la pintura, en la novela y en la poesía. Viviríamos en una buhardilla como inseparables amigos y buenos camaradas.
Las razones que exponía nos entusiasmaban en gran manera y nos alegraba la idea; mas yo, no dejaba de reconocer mi inferioridad con respecto á mis amigos para lanzarme en alas de aquella aventura. No era cobardía dejarles marchar solos; era comprender mis pocos medios de lucha.
Tenía Vicente gran facilidad, imaginación fecunda y memoria portentosa, por lo que le seria fácil colocarse en alguna redacción, escribiendo artículos literarios y proporcionándose medios de vida. Constantino, vendería sin dificultad las tablitas o cuadros de costumbres valencianas y fiestas como «La Degolla», «Els Milacres», «Las Roca», etc.; pero yo ¡cómo iba a encontrar  protección á mis modestos versos! Así lo manifesté á mis buenos amigos, diciéndoles:
—Marchad vosotros, que los dos estáis en buenas condiciones; que yo, sintiéndolo mucho, no puedo acompañaros. Deseo que no sea muy escabrosa la senda que haya de conduciros a la gloria del arte del colorido y de la literatura, y con ella la celebridad. Ellos quedaron de acuerdo para hacer el viaje, y para procurarse fondos, principió el uno a vender pequeños cuadros, y el otro algunos libros.
Aunque Gómez tenía buenas costumbres y una esmerada educación recibida de su familia, bastaba que sus padres le concedieran un rato de expansión por las noches para ir al café y reunirse á  una peña formada por varios amigos artistas y literatos para que la madre de Blasco Ibáñez creyese que se le daba demasiada libertad á un joven hijo de familia y que debía ella precaver a su hijo Vicentico para que no se contaminase con aquella costumbre de salir para retirarse a las once ó á las doce de la noche. Y para que no cultivase aquella amistad, no se cansaba de repetirle, hablando como tenía costumbre, en lenguaje bilingüe:
Doña Ramona, la madre de Vicente Blasco Ibáñez 
 —Mira, Visantico, no quiero que te ajuntes con ese pintoret, porque tiene el filet demasiado llarguet, y en su casa no le estiran del cordelet.
Un día bajó mi madre al entresuelo y encontrando a doña Ramona le entrego, según costumbre, el aporte de un trimestre de alquiler de la habitación. La madre de Blasco no tenía otra preocupa que la amistad de su hijo con Gómez, creyendo siempre que fuese el instigador de algún mal que pudiese hacer su hijo y sin duda para que la mía formase distinto concepto del que se merecía aquel buen chico, le informó de nuevo respecto al pintoret, capaz de hacernos unos trasnochadores.
Aquella misma tarde subió a mi casa doña Ramona muy afligida en busca de mi madre para contarle lo que había sucedido, pues habiendo dejado el dinero del alquiler encima de la mesa del comedor, mientras las dos habían salido á la escalera para despedirse y después de entrar á la cocina á dar un vistazo a la comida, había ido á buscar el dinero, observando que no solo faltaba éste, sino que también había desaparecido su hijo de casa sin despedirse ni haber vuelto para comer, con lo cual demostraba que había hecho alguna calaverada, instigado sin duda por Gómez, «ese pintoret, que tiene el filet demasiado llarguet», cuando el pobre «pintoret» no tenía la menor culpa ni había salido, tampoco de Valencia.
La buena señora pasaba los días llorando amargamente de pena por la ausencia de su hijo y de no haber cortado la amistad de éste con el  «pintoret», a quien achacaba toda la culpa de la escapatoria. Buscando noticias me preguntó á mí si sabía á donde se había marchado Vicente y yo le contesté negativamente.
Pasaban los días sin tener yo noticias de Blasco, esperando con impaciencia la carta que me había prometido del resultado de su viaje y la dirección de Madrid; pero la carta no llegó a mi poder, pues aunque me escribió en cuanto llegó a la corte, dirigiendo á la sociedad literaria Lo Rat-Penat, de donde éramos socios, sucedió (según supe luego) que como mi padre llevaba también el mismo nombre que yo, dio la casualidad de encontrar por la calle á un amigo suyo cartero, advirtiéndole que llevaba una carta para él, dirigida a la sociedad Lo Rat-Penat, y se la entregó seguidamente.

La estación de Alfafar- Benetúser, hacia 1900
Enterado del contenido de ella, se fue sin tardanza en busca de los padres de Blasco para tranquilizarles con las noticias de la carta. En ésta me decía Vicente que salió de Valencia en una tartana que lo llevó hasta la estación de Alfafar, y allí tomó billete para Madrid, donde llegó después de un feliz viaje, y se hospedaba en una mísera buhardilla de la calle de Mesón de los Palos. También me daba cuenta de la vida que hacía en los madriles.
De acuerdo los padres, buscaron á un hábil periodista para que escribiera una carta imitando mi letra. ¡Ya lo creo que conseguiría imitarla sin gran trabajo, cuando precisamente era mi profesor de Caligrafía! Ignoro lo que le escribirían á Vicente; pero el era lo suficiente perspicaz para comprender que en la respuesta andaban mezclados los padre, suponiendo que yo me hacía puesto en combinación con ellos para decirle que regresase inmediatamente; pero el no pensaba complacerles, tan pronto.

Mediaron varias cartas después entre el padre y el hijo. Esto pedía dinero para regresar, y aunque se lo mandaban no volvía, porque se le había concluido. Nueva carta de los padres llamándole con insistencia y remitiéndole otra cantidad, y otra respuesta del hijo manifestando imposibilidad de regresar por haberse gastado el dinero.
En vista de que pasaban semanas sin venir su hijo, se decidió su madre á emprender el viaje para traerlo, como lo hizo, repitiéndole muchas veces por el camino que no se «ajuntase» más con el «pintoret».

Retrato de Manuel Fernández y González,  
publicado por la revista El Globo, en 1880
El héroe, si bien regresaba escuálido y con el traje deteriorado, no se presentaba derrotado, sino con aire de vencedor, pues al subir á mi habitación había olvidado sus vicisitudes de Madrid, para acordarse solamente de la satisfacción de haber realizado sus deseos de tratar con la amistad al maestro Fernández y González, el novelista más famoso de aquellos tiempos, pasando en su casa las veladas escribiendo los dos á la luz de una bujía, sostenida por el cuello de una botella.
Con las lecciones que recibiera de tan buen maestro, más los bríos para luchar, hizo su alma fuerte para sostener los embates del escritor novel contra la ignorancia de unos, la envidia de otros, y, sobre todo, contra esa crítica infame y despiadada de muchos Zoilos, que se creen endiosados por el sitio que escalaron valiéndose de humillaciones rastreras y bombos que dieron a estultos politicastros; por esto el mayor éxito ha coronado sus esfuerzos.

Empezó Blasco Ibáñez por publicar cuentos y leyendas de costumbres levantinas, en valenciano; después ha ido escribiendo en castellano verdaderas obras muestras: novelas regionales como «La, Barraca», «Flor de Mayo», «Entre Naranjos»; nacionales como «La Catedral», «La Maja Desnuda», y otras universales, como «En el país del arte», «Oriente», «Los Argonautas», «Mare Nostrum», «Los cuatro jinetes del Apocalipsis», con su formidable labor representada en «Historia de la Guerra Europea».

11 de diciembre de 1906 - V. Blasco Ibáñez 
Comendador de la Legión de Honor de Francia
Con toda seguridad, se encuentran sus libros en cualquier biblioteca oficial, en la de todos los que se deleitan con la buena literatura clásica, porque sus obras llegan a las más apartadas ciudades del mundo, traducidas a diversos idiomas, pues Blasco Ibáñez está considerado como escritor universal.
No solo se ha distinguido en la literatura, sino en el periodismo, en la oratoria y en la política. Fue fundador de los semanarios republicanos  «La Bandera Federal» y «La Revolución», y del importante diario EL PUEBLO, que se publica en Valencia. Cuantas veces se ha presentado candidato por la circunscripción de esta ciudad, ha sido investido con el acta de diputado a Cortes en representación del Partido de Unión Republicana, del que fue fundador y jefe, y por medio de su conocimiento de las leyes adquirido en sus estudios universitarios, ha defendido con gran entusiasmo los ideales de la libertad, en los mítines, en el periódico y en el Congreso.
Blasco Ibáñez ha sido Mantenedor de los Juegos Florales de Valencia y entre las varias condecoraciones que posee, recuerdo la de Caballero de la Legión de Honor francesa, y finalmente, en los Estados de América se le ha otorgado el título de Doctor en Letras en la famosa Universidad de Washington, celebrándose en su honor grandes  festejos y solemnidades, a las que han acudido representantes diplomáticos de las otras repúblicas americanas y países europeos.
Los hechos han demostrado la certeza de su horóscopo que hizo aquella venerable anciana, pues hoy Blasco Ibáñez está reconocido por todos como hombre de esclarecido talento y de fama universal.



* * 

Francisco Verge Plá
«El horóscopo de Blasco Ibáñez» se publicó como folletón en el periódico valenciano El Pueblo, que dedicaba la primera página de su número del 19 de septiembre a Francisco Verge Plá, recientemente asesinado.
Aquel amigo de Blasco era recordado por su modesta actividad literaria; había colaborado con de la revista valenciana Bellas artes, algunas de sus poesías y trabajos en prosa, cuentos, y estudios habían sido incluidos en el libro «Cuentos y tradiciones valencianas», publicado en 1920; su última publicación, la comedia bilingüe «El niño perdido»,  aparecía en julio de 1922, en la revista Nostre Teatro.
Para Verge, la pasión por la literatura, iniciada en la adolescencia, a lado de Blasco Ibáñez, había quedado como una afición. En sus últimos 22 años de vida desempeñaba el cargo de contable en la casa Izquierdo Hermanos de Valencia. Desafortunadamente, el 16 de septiembre fue víctima de un atraco en la calle, falleciendo con 55 años de edad.
El artículo probablemente fue escrito un año antes, como colaboración al gran homenaje que Valencia le rendía a Blasco Ibáñez, en mayo de 1921, pero no había sido publicado.
Los recuerdos de Francisco Verge, fiel testimonio de aquella importante etapa en la vida Blasco Ibáñez, representan un aporte adicional a la biografía del gran novelista; confirman una vez más la precoz afición de Blasco a la lectura, revela su avidez de conocimientos, su gran pasión por la literatura, la historia y el arte.
En aquella época, el joven Blasco iniciaba sus aventuras editoriales, actividad de la que nunca se apartará; con el tiempo funda y dirige periódicos y casas editoriales, y desde una posición vanguardista, logra difundir la cultura escrita de orientación laica, científicas o filosófica, muchas veces ilustrada.
Confiado en su talento y su gran capacidad de trabajo, el joven Blasco comenzaba a soñar con la gloria; ambienta su entorno con los retratos de hombres celebres y llena su imaginación de personajes de épocas antigua. Escribe una novela que trata de amor, pasiones y desafortunados desenlaces; parece un boceto del canon que seguirá en varias de sus futuras obras, donde la lucha por alcanzar el amor ideal y la gloria conducen a la fatalidad.
Su carácter inquieto y rebelde le impulsaba a alejarse de cualquier entorno monótono y limitado, desafiar lo impuesto por las leyes de lo tradicional y corriente, para aventurarse en busca de la libertad incondicional, de lo nuevo, lo desconocido o lo soñado.  Aunque a veces fracasaba, siempre seguía sus metas guiado por la ilusión y por el amor a la vida.


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